miércoles, 23 de marzo de 2011

En defensa de Gaia

Luchará hasta las últimas consecuencias para
defender el árbol en el que jugaba de niño

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BRONCA Y MELANCOLIA. Argañarás remarca que ese árbol lo vio crecer y en eso argumenta su lucha.

Sus ojos se tornan vidriosos mientras el pasado
se le apiña en la memoria.
La nostalgia lo transporta al paisaje de seis décadas atrás,
cuando esa misma cuadra en la que está parado no era aún
un gigante muestrario de hierro y cemento, y para
conocer al vecino sólo bastaba un encuentro casual en el almacén
o una presentación rauda en la plaza del barrio.
"Porque esto era un barrio", murmura Jorge Argañarás,
bajo el sol tibio de Muñecas al 700,
y el enfásis se enraiza en la última palabra de su afirmación.

La mirada se le clava en los autos que chirrian su frenesí sobre el pavimento laxo, pero en verdad Argañarás está observando el ayer.
Afloran entonces sus tiempos de niño, cuando el juego de las escondidas
era lo primero y lo último que hacía en el día.
"Yo me escondía detrás de este árbol, ¿sabe? -sonríe,
señalando un ejemplar justo al frente de su casa-.”
Y otra vez la mirada acuosa.

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Las manos de 68 años de Argañarás se posan, compasivas,
en un ibirá pitá erguido a mitad de calle, sobre la acera oeste.
Es el último de cinco de esa especie que presumía la cuadra, adoctrina el agricultor, que hace rato que sospecha que el árbol que otrora lo cobijaba
tiene también firmada su sentencia de muerte.
Debido a que está emplazado justo al frente del garage de un edificio,
los vecinos trataron de desenterrarlo en reiteradas oportunidades, ya que les molesta al paso de los autos, indica.

Tal vez en honor a la complicidad que el ibirá pitá le prestó en sus pasatiempos de niño, Argañarás se cruzó presto a defenderlo.
"Instalé una escalera de seis metros y con una sierra corté el alambre.
Cuando los habitantes del edificio me reclamaron por lo que hacía, les dije:
’deberían haber construido el garage del otro lado;
¿por no hacer una maniobra con el auto van a tirar un árbol?’.
Me respondieron que sí y, desde ese día, algunos no me saludan", se asombra.

Los bríos del agricultor, sin embargo, se mezclan de a ratos con la resignación.
"En mi casa han vivido seis generaciones, desde mi bisabuelo hasta mis nietos, y todas han sido testigos de cómo, con cada edificio que se levantaba, se derruía un nuevo árbol.

En esta cuadra residen varios funcionarios
y personas con alto poder económico y social:
temo que finalmente sus intereses tendrán más influencia
que el respeto a la naturaleza", lamenta.

Mientras tanto, Argañarás no baja los brazos.
Dice que está dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias y,
en pos de eso, realizó una denuncia en la comisaría 1º y
envió una queja a la asociación "Amigos del árbol".
"A mí me han parido en un monte, me críe en medio de vegetación
y tengo bien asimiladas las virtudes de las especies.
Todo lo que las dañe me duele.

Probablemente en un tiempo desentierren a este ibirá,
pero yo sabré que al menos intenté defenderlo
, ¿no?",
razona don Jorge, antes de que la mirada se le vuelva a complacer
en la altivez centenaria de su árbol amigo.

Aquí está un video de una entrevista que "la gaceta" de Tucumán le hizo a Argañaraz, disfrútenla:

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