domingo, 14 de noviembre de 2010

BSAS La ciudad impermeable

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Ambientalistas y urbanistas hablan ya de "urbanización salvaje" y alertan: si se sigue construyendo y pavimentando al ritmo actual, el suelo será cada vez menos absorbente. Un problema que ninguna gestión supo, o quiso, resolver.

Novedad, lo que se dice una novedad, no es. Desde la fundación aquella de la que Borges sospechaba porque para él la ciudad era "tan eterna como el agua y el aire", Santa María de los Buenos Aires vivió acechada por el líquido. Cinco arroyos y varios "terceros" -corrientes menores entre arroyo y arroyo que cumplían antiguamente las funciones de cloacas-, oportunamente entubados o bien empedrados, sirvieron en su momento para maquillar un poco las cosas. Pero definitivamente no para alterar la naturaleza. Y la naturaleza dijo -de una vez, y para siempre- que Buenos Aires está asentada sobre la pampa deprimida, y próxima a un estuario. Esto hace que sus cursos de agua (hoy "prolijamente" enchalecados en concreto pero aún corriendo por debajo de varias avenidas) prácticamente carezcan de pendiente hacia el Plata. Y si a esto se suma eso que algunos llaman "boom inmobiliario" y otros prefieren calificar directamente de "urbanización salvaje", el escenario está preparado para que la ciudad se ahogue a repetición incluso con lluvias no muy intensas. Para que, cada febrero, la escena de la avenida Juan B. Justo convertida en la prima rica del Gangues vuelva a saturar las portadas de los diarios. Para que, en definitiva, volvamos a asombrarnos ante un fenómeno que de esto último tiene poco y nada, porque es el corolario inevitable de una cantidad de "errores" que han convertido a la ciudad en una planicie untada en concreto y espigada de torres.

Marta Dodero es arquitecta y planificadora urbana, y por eso mismo se siente "un fósil". La carrera en la que se graduó "se cerró en 1983 cuando un conjunto de arquitectos radicales decidieron que la planificación no era necesaria. Y las consecuencias de esto es lo que estamos viviendo ahora", se indigna. "Hoy, a la ciudad, no la piensa ni la planifica nadie. Y las ciudades son fenómenos espaciales, y les pasa lo que a una caja de zapatos repleta de figuritas: en un determinado momento, se llenan. Esto, como imagen, es exactamente lo que está sucediendo con Buenos Aires. El terreno se fue segando, y las cuencas que van a dar al río están cada vez más impermeabilizadas. Queda muy poco espacio verde y lo que queda, lo impermeabilizan. Los arquitectos y los ingenieros manejan estos conceptos porque ellos cobran por metro cuadrado construido. Entonces, en la medida en la que esté pavimentado, facturan", dispara. Pero no es la única. Ya en 2004, un informe del Centro de Estudios Legales y Ambientales (Cesam) hablaba de lo mismo y advertía sobre la "creciente fragilidad ambiental" de Buenos Aires, específicamente en materia de inundaciones. Mencionaba una "expansión urbana sin regulaciones apropiadas" y también de "un aumento en la velocidad de escurrimiento por menor infiltración o sin retención alguna debido a la impermeabilización de las superficies". Claro como el agua.

Cemento a mansalva

Osvaldo Guerrica Echaverría es, además de arquitecto, un enamorado de la naturaleza. Es además parte de la Asamblea Permanente por los Espacios Verdes Urbanos (Apevu) y una opinión de referencia cada vez que la ciudad naufraga. Entre otras cosas, porque desde hace años se dedica a la investigación del avance del cemento sobre el verde, y las consecuencias de esto sobre nuestra vida cotidiana. "Buenos Aires se inunda ante cada lluvia copiosa. La ciudad colapsa y miles de vehículos quedan imposibilitados de seguir su camino, cientos quedan flotando, las cámaras transformadoras de corriente eléctrica quedan anuladas, miles de vecinos quedan sin electricidad, hay calles que se convierten en ríos. La ciudad se paraliza", describe en su artículo "¿Por qué se inunda Buenos Aires?", donde habla directamente de "un escenario preparado para que se produzcan esas inundaciones. Los funcionarios y ‘los emprendedores' inmobiliarios lo vienen preparando desde hace muchos años; los vecinos, desde entonces, están tratando de pararlos".

En su argumentación, Guerrica enumera todos esos factores que (más allá de los diluvios o la mentadísima "falta de obras") han contribuido a hacer -de una ciudad ya de por sí sitiada por el agua- una aún más incapaz de deshacerse de ella. "Se impermeabilizó la mayor parte de la superficie absorbente de la ciudad con nuevas construcciones", precisa.

"Se redujo sensiblemente la cantidad de espacios verdes, tanto públicos como privados; se construyeron indiscriminadamente edificios en altura en casi toda la ciudad; en las zonas más densamente pobladas se eliminó la obligatoriedad de mantener un pulmón de manzana absorbente; y por sucesivas repavimentaciones, el nivel de las calzadas se ha elevado ostensiblemente." Guerrica no duda en hablar, en este caso, de "vandalismo institucional". Y aporta, para ilustrar la idea, su nutrido archivo fotográfico. En una sucesión de imágenes para el espanto (como las que acompañaron su exposición durante el Encuentro de la Red Argentina del Paisaje) se puede ver cómo gran parte de lo que en los mapas de la ciudad está indicado como plaza, parque o bulevar ha dejado de serlo hace rato.

Así las cosas, hoy cada ciudadano de la ciudad dispone, con suerte, de menos de una quinta parte del espacio verde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece como mínimo. En efecto, la entidad habla de 15 metros de espacio verde público por habitante como cifra ideal, y de 10 metros cuadrados como el mínimo recomendable. Cada porteño dispone de apenas 1,8 metro cuadrado. Y ni siquiera eso está realmente garantizado.

Negocios son negocios

¿Qué pasó? ¿Cómo fue que una ciudad que alguna vez se enorgulleció de sus parques arbolados y de sus plazas con pérgolas y especies de todo tipo llegó a esto? En este sentido, las pocas estadísticas disponibles hablan de un cuadro bastante dramático que llevó de los siete metros cuadrados de espacio verde parquizado por habitante en 1904 a casi un tercio de esto cien años después. Lo que se da en Buenos Aires es una combinación fatal que podríamos resumir así: el desprecio de muchos vecinos por su entorno, cierta alarmante despreocupación por quién y cómo se encargará del tema y la actitud falsamente "ejecutiva" de los gobernantes que (a repetición, y sin importar de qué signo político sean) asocian "hacer" con "hacer cualquier cosa". Sólo así pueden entenderse desastres tales como la "playa de hormigón" (ver recuadro), un auténtico monumento al absurdo con vista al río. Ante cosas como éstas el arquitecto Rodolfo Rossi, de la Asociación Vecinos del Lago Pacífico, reflexiona: "¿Qué es lo que hoy se da en el porteño y cada vez con más fuerza? Un impulso de tapar la naturaleza. Entonces, entubamos el Maldonado, le hacemos una avenida encima y se acabó el problema".

Muchos hablan aquí de la "corporación arquitectónica e inmobiliaria" que, trabajando en equipo, logra convertir en un buen negocio desde "zonas-trampa" en donde inundarse es cosa de todos los días, hasta áreas verdes protegidas por ley en donde -aún cuando no se pueda construir- se termina construyendo. Pero no menos cierto es que más allá de la alarmante reducción de los espacios verdes públicos, la presente "apología del concreto" no es menos temible. Según explica Eduardo Molina, ingeniero y vecino de Palermo, "nadie pone en duda que, por cuestiones de uso, cada tanto haya que volver a asfaltar las calles. Ahora, cuando se asfalta y se reasfalta sin necesidad alguna, lo que está presente es otra cosa: el negocio. Eso también se ve en el caso de las torres. Cada torre que se construye impermeabiliza toda la superficie sobre la que se apoyan sus bases, y provoca además el endicamiento del agua. Esto se sabe, y nadie hace nada". O sí: hacer como si nada sucediera, mientras la ciudad sigue haciendo agua por todos lados por la sencilla razón de que es cada vez más impermeable.

Paisajismo del hormigón

Hay, en todo esto, una frase que ha sido el "abrete, Sésamo" a las peores cosas. Es una frase de tres palabras que dice nada y sirve para mucho: "Puesta en valor". Hace tiempo, durante la intendencia de Carlos Grosso, se dijo que cerca de 50 plazas de la ciudad serían sometidas a ese proceso cuasi mágico de "puesta en valor". Terminadas las obras, lo que quedó a la vista fueron esas mismas 50 plazas... con un 30% de su superficie untada en hormigón. "Hay un criterio de un grupo de arquitectos que hacen gala de un "paisajismo del hormigón". Y eso engancha con otro modo de pensar según el cual hacer obra equivale a gastar muchos metros cúbicos de hormigón.

Mucha obra, mucha plata y muchos arreglos con los amigos. Porque si bien se puede hacer un rincón para los skaters, de ahí a hormigonar la plaza entera, hay una gran diferencia", explica Guerrica Echevarría. Y va un ejemplo: "En el costado de La Rural que da a la avenida Sarmiento, se hizo un veredón de treinta metros de ancho y cuatrocientos de largo. Eso en una época de llamaron Jardines Francisco Ramírez, pero de jardines hoy tienen sólo el nombre. Es más de una hectárea hormigonada, con apenas una hilera de verde sobre la calle". Y a cada uno de esos gestos de borrado del verde debe agregarse, insiste, el furor por reasfaltar. La razón: se trata de un proceso que nadie (ni siquiera el mismo gobierno) se molesta en controlar. Simplemente se confía en lo que indica el contratista. El resultado es esa ciudad desangelada que, de gestión en gestión, se aleja cada vez más de la escala humana. "Yo pienso que vamos rumbo a ser Bombay. O Calcuta", afirma Dodero. Y apunta a una derivación insospechada de esta apología del concreto: su impacto en la vida de los vecinos. "Siguen apilando gente en edificios, sin ver que la gente, cuando se la apila, cambia su conducta. Así como cuidan que el oso panda tenga no sé cuántas hectáreas para poder comer, el ser humano también necesita del espacio y del verde. Al cambiarle los espacios, la gente cambia las conductas. La inseguridad y la violencia están directamente relacionadas con el hacinamiento", explica Dodero. "El problema es que en esta ciudad, donde el cemento está descontrolado, eso es algo que ya nadie ve".

DZ/KM

Fernanda Sández Redacción Z

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